¿De qué hablamos cuando hablamos de Riesgo de Crédito?
Cuando nos enfrentamos a una pregunta que parece tener una respuesta obvia, lo más prudente es desconfiar de la obviedad. ¿Por qué les digo esto? Porque inevitablemente recurriremos a las definiciones usuales de la normativa en el sentido que se define al riesgo de crédito como “la posibilidad de sufrir pérdidas por el incumplimiento que un deudor o contraparte hace de sus obligaciones contractuales” complementado con la aclaración que “el riesgo de crédito está presente en las operaciones dentro y fuera de balance”.
Hasta aquí clarísimo, pero sucede que cuando hablamos del riesgo de crédito no nos referimos solamente a esta gestión, sino que el mismo está fuertemente interrelacionado con conceptos nodales que tienen que ver con la Gobernanza (Gobierno Corporativo) y la Gestión de los Riesgos Corporativos (ERM).
Continuando con esta línea de pensamiento, cualquier modelo de riesgo estará doblemente condicionado por el modelo de negocios que defina la Dirección y el nivel de apetito al riesgo frente al negocio crediticio. Es aquí entonces donde más allá de la técnica que se utilice para asistir a individuos en operaciones de consumo (por ejemplo, un modelo de scoring), y a empresas (un modelo basado en los factores a considerar normativamente más los que la Entidad defina para calificar un cliente), empiezan a jugar otros factores no menos importantes que inciden de manera directa en la gestión del riesgo de crédito.
Así las cosas, si el apetito al riesgo es alto podemos enfrentar situaciones en donde debamos desprendernos de parte de la cartera reconociendo pérdidas que obviamente tendrán impacto negativo en los resultados y en la ecuación patrimonial.
Una excesiva prudencia puede conducirnos a perder oportunidades de negocio que, en el extremo, podía llevarnos a situaciones en donde se verifique un nivel de liquidez ocioso con todo el perjuicio que esto supone para el negocio de la intermediación financiera.
Si lo miramos desde la gestión del riesgo de tasa, una de las medidas prudenciales más tradicionales es que, ante un aumento de las tasas, mantenemos la correlación entre los niveles de la tasa pasiva y la tasa activa con la mejor intención de conservar a partir de este spread el margen bruto de intermediación financiera que la Dirección fijó como objetivo. Sin embargo, en un mercado en el que uno o más sectores de la población y uno o más sectores de la producción pueden resultar afectados por el ciclo económico, el efecto no deseado puede ser un incremento de la mora. Y así nos encontramos caminando por otro camino, con un escenario de deterioro patrimonial similar al que describíamos más arriba.
En un horizonte económico incierto, la información que se obtiene en tiempo y forma adecuada es sumamente valiosa a la hora de tomar decisiones. Pero si nos imaginamos en una Entidad que no ha invertido en recursos para su MIS (Management Information Systems) podemos de pronto estar manejando información no del todo fehaciente o con datos erróneos, provista fuera de tiempo o, peor aún, que no nos brinde diversas vistas de la cartera para poder apreciar cuál es la real situación de la cartera, tema especialmente crítico en las Entidades con medio o alto grado de dispersión geográfica de sus sucursales.
Y para completar el panorama nos queda… ¡Los sistemas de información y la infraestructura tecnológica! ¿Quién no ha padecido como mínimo una vez en su vida las limitaciones de los sistemas de préstamos para poder articular financiaciones de estructura compleja?
En consecuencia, ahora me comprenderán con mayor claridad cuando le mencionaba al inicio de este artículo que no hay que confiar en las respuestas obvias. Cuando hablamos de la gestión del riesgo de crédito, estamos hablando de un proceso sumamente complejo, que forma parte del core de las Entidades Financieras y que atraviesa transversalmente a todos los procesos, teniendo fuerte interrelación con el resto de los riesgos que conforman la Gestión Integral de Riesgos.